Por: Steffi Hernández (@SteffiPapaleo) y Pía Sierra (@SierraPia)
V semestre
Gwendolyne Lepalec es una de esas tantas extranjeras que han llegado a Santa Marta atraída por la fama de sus playas y la magia de las las místicas culturas indígenas de la Sierra Nevada.
Lepalec representa uno de esos visitantes que se han quedado enamorados de los encantos naturales de la Bahía más linda de América, al punto de dejar todo lo que tienen en su país para emprender un nuevo sueño y quedarse aquí.
Sus ojos de azul intenso brillan cuando recuerda con emoción, en su pronunciado acento francés, el proyecto que hoy ocupa sus días y fuerzas: la recuperación de una de las emblemáticas casonas antiguas del centro histórico de Santa Marta. Pero Gwendolyne pensó en que una casa tan espaciosa no sería suficiente para disfrutar de su vida en esta ciudad.
-“¿Por qué decidió colocar un hostal?” – y en un español casi sin entender respondió: -Debo mostrar al mundo el paraíso que se esconde en Santa Marta, La Ciudad Perdida, el Parque Tayrona, la Sierra Nevada, Taganga y sus variadas y hermosas playas.
El Callejón del Correo, en el centro histórico, quizá sea la mejor muestra de cómo poco a poco se han ido reconstruyendo antiguas casonas de estilos colonial y republicano que siglos atrás habían sido construidas por los españoles que colonizaron la ciudad en el Siglo XV, casas que fueron testigos de tertulias literarias, bailes con vestidos largos y guantes, todo el esplendor la colonia española, y que habían quedado sumidas en el olvido, perdiéndose una parte de la memoria histórica de la ciudad.
Volviendo a la mujer un poco ya entrada en años, delgada y de apariencia descomplicada, recuerda que el año pasado decidió llegar a Santa Marta, y dejar en París a sus amigos y familiares, historia que cuenta con un desenvuelto español, aunque como ella misma afirma “todavía me hace falta mucho”, seguido a un error lingüístico del que se percata e inmediatamente corrige con prontitud, haciéndolo casi imperceptible.
Casa Celta es esa obra de la que está orgullosa de vivir y negociar con ella, una construcción que no pasa desapercibida por su fachada en colores verde claro y rosado, con un número 6-94, al lado de la Funeraria San Miguel.
La casa en la que esta parisina vive hoy en día, dista mucho de los ambientes de “la ciudad del amor”. Antiguamente perteneció a una familia bogotana, que por motivos económicos la dejó en sus manos delgadas y un tanto pecosas, manos que convirtieron de este, un hostal que Gwendolyne está orgullosa de mostrar.
En un corto pero profundo paseo dentro de la casa, se puede encantar la mirada con adornos que sin duda son representativos de diferentes culturas. Una casa que se podría decir que le da la vuelta al mundo con su decoración, sus muebles, sus cuadros indios, ángeles colgantes y estatuas de elefantes, son algunos de los detalles que se pueden apreciar en Casa Celta.
La casa en la que esta parisina vive hoy en día, dista mucho de los ambientes de “la ciudad del amor”. Antiguamente perteneció a una familia bogotana, que por motivos económicos la dejó en sus manos delgadas y un tanto pecosas, manos que convirtieron de este, un hostal que Gwendolyne está orgullosa de mostrar.
En un corto pero profundo paseo dentro de la casa, se puede encantar la mirada con adornos que sin duda son representativos de diferentes culturas. Una casa que se podría decir que le da la vuelta al mundo con su decoración, sus muebles, sus cuadros indios, ángeles colgantes y estatuas de elefantes, son algunos de los detalles que se pueden apreciar en Casa Celta.
La mujer sentada de piernas cruzadas, con un aire coqueto, una sonrisa contagiosa y un cigarro en la mano, hablaba de Santa Marta, de los subsidios que el gobierno debería otorgar a aquellas personas dueñas de casonas, que son una de las principales y más representativas imágenes de las memorias de la ciudad, y que no pueden reconstruir o remodelar.
En Casa Celta se esconde una parisina, graduada de la Universidad de París, e historiadora de arte, pero también se esconde su casa-hostal. Ya en la despedida Casa Celta cierra la puerta a sus visitantes, sabiendo que por delante de sus ventanas, vitrales y paredes de otros tiempos, se respiran los aires de otros mundos.
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