Por: Keylen Esquirol Maestre
VII semestre
Amarildo López junto a un
compañero en labores de construcción
“Tengo que darle de comer a
mis seis hijos, el pico y la pala son esas herramientas que me dan la
oportunidad de sobrevivir, es lo único que sé hacer”, asegura Amarildo López
Sierra, un albañil empírico de 41 años de edad oriundo de Sabanalarga,
Atlántico y que día a día labora
incansablemente en distintas construcciones para obtener algo de dinero.
El reloj marca las cuatro de
la madrugada y con él su hija de 14 años, quien se dispone a levantar a los
otros menores para que se alisten antes de ir al colegio. Ella calienta la
comida de la noche anterior, y si no hay, prepara unos huevos donde pone a prueba
sus destrezas para lograr que alcance el desayuno para todos; en ocasiones,
ella prefiere quedarse sin comer con tal que su padre se alimente bien y que en
la noche pueda llegar a casa con bolsas que contengan la comida del día
siguiente.
Con azadón en mano, gorra,
camisa manga larga, guantes y botas, López inicia la jornada. Los rayos
inclementes del sol, responsables de la tez oscura de su piel, salen con fuerza
en la mañana. Junto con sus compañeros levanta
pesados bultos de arena, costales llenos de cemento, prepara la mezcla,
cuenta y organiza ladrillos, derrumba paredes, levanta columnas, en fin,
procura que durante las nueve horas de
trabajo le rinda el tiempo y así cumplir con las expectativas y necesidades del
“patrón”, el hombre que los contrata y
que se encarga de pagarles su parte, fruto de los grandes esfuerzos a los que
se enfrentan.
Este pequeño hombre se
distingue de los de su grupo, por llevar con él siempre un pequeño radio de
pilas. Vallenatos con más años que él, rancheras y salsas de Hector Lavoe,
sobre todo, son sus géneros predilectos. Cree que la música ameniza sus
quehaceres; no es extraño que mientras está lista la mezcla o cuando está
descansando, se ponga de pie y baile la parte de la canción que más le gusta.
Cuando suena ‘La Difunta’, uno de los recientes temas del cantante Silvestre
Dangond, entona a viva voz estrofa por estrofa, como si se sintiera
identificado con la historia, quizás la ingratitud de una mujer sea la
responsable de que se encuentre criando solo a sus hijos.
Lo extrovertido de su
personalidad contrasta dramáticamente con los estragos del oficio en su cuerpo. Sus grandes manos
además de resecas, están llenas de moretones y cortadas. Meses atrás había
caído de unas escaleras mientras tapaba las goteras de un techo, le quedó una cicatriz
grande en la espalda, pues justo en ese momento no tenía camisa. “A veces me ha
tocado trabajar bajo la lluvia, eso es más difícil que trabajar con calor, por
lo general me da gripa y ganarme una enfermedad
es sinónimo de perder plata”.
Cuando se está ocultando el
sol y se aproximan las cinco de la
tarde, automáticamente la felicidad le irradia el rostro. No ve la hora de
llegar al “rancho”, como él lo llama, y saber como están sus hijos. Su casa se
encuentra en el barrio Buenos Aires, ubicado en plena Vía Alterna. Cuenta que
una vecina le colabora con los niños más pequeños, que como asegura, llevan en
la sangre su hiperactividad, y por lo tanto, son inquietos y necesitan que alguien los esté vigilando continuamente.
Por lo general, a final de
mes, y justo cuando inicia el fin de semana, sus compañeros lo incitan a
gastarse el sueldo en cerveza o aguardiente, pero la responsabilidad es uno de
los valores con los que se siente más identificado.
Uno de sus sueños es poder ahorrar
dinero, vender su pequeña porción de tierra y mudarse de ese lugar, pues tiene
que lidiar con problemas de inseguridad. Afirma inconforme que allí viven
vendedores de droga, atracadores, “es un refugio de delincuentes, ponen música
a todo volumen casi a diario, no se puede ni dormir”.
Al igual que Amarildo, son
muchos los casos donde se evidencia que gran parte de la población colombiana
vive gracias a trabajos informales,
considerando que no son empleos permanentes y que pasan ciertos períodos del año
desempleados. Conseguir un nuevo trabajo se vuelve todo un desafío. Asimismo,
gran parte de las personas que padecen esta situación no ha podido terminar
estudios primarios y secundarios.
El diario nacional El Tiempo
publicó a inicios del presente año un artículo que habla del aumento del empleo
informal en el país. Según el Dane, éste correspondió al 51,6 por ciento de la
población ocupada de las 13 principales ciudades, en donde se mide el fenómeno;
dicho informe corresponde al elaborado en el trimestre terminado en noviembre del año
pasado.
A veces este tipo de casos
son desconocidos por aquellos que tenemos posibilidades de vivir mejor. El
“rebusque” se ha convertido en el pan de cada día de aquellos cuya educación no
ha sido suficiente para poder obtener una estabilidad. El sueño de Amarildo,
entre otras cosas, es evitarles ese futuro incierto a sus niños, por lo que se
somete a extensas y agotadoras jornadas. Vive con la preocupación de no
conseguir trabajo algún día en este agotador oficio que aprendió de su padre.
“El desgaste es físico y mental, pero la
sonrisa de mis ‘pelaitos’ es mi premio mayor”, asegura, a la vez que
sonríe y se dispone a recoger más arena con la pala.
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